lunes, 2 de diciembre de 2013

Viaje interior

El primer país extranjero que conocí fue México. Mis papás se fueron a estudiar por allá cuando yo tenía 3 años y al llegar por allá un poco más de 20 años más tarde lo primero que se me vino a la mente fueron los olores: el olor a fritangas, a tortilla caliente, a chiles y carnes ahumadas, olores que penetraban mis fosas nasales y me hacían sentir como en casa. A mucha gente este olor le podría parecer desagradable, por lo rancio o por lo intenso, a mí no, era como revisitar mi niñez más temprana, una niñez que ya parecía ajena. Los olores los sentí desde que salí del aeropuerto y entré a la estación de metro rumbo al lugar donde me iba a alojar y fueron más fuertes al salir de la estación y caminar por las calles buscando la dirección exacta a donde tenía que llegar. Ya tenía apuntada una ruta, si bien no me eran familiares las calles, no tuve ningún problema para llegar a mi destino con mi mochila y maleta, pues ya tenía una ruta trazada por esas ventajas de la modernidad y el internet. Mis anfitrionas no tenían ni idea que iba a llegar. Y es divertido ahora pensar que les di esa sorpresa.
Había conocido a Mónica, en esa época una maestra mexicana, en el dormitorio de Minami Senri en Osaka, yo vivía en un dormitorio vecino y ella estaba visitando a Rosa María otra mexicana que formaba parte de mi grupo de latinos en Japón. Mónica, entre los visitantes mexicanos que recibía Rosita esporádicamente era quien mejor me había caído y quien más tiempo estuvo en contacto con nosotros a pesar de estar estudiando en otra ciudad. Se había hecho además amiga de Pauline, la vecina de cuarto de Rosita de quien además yo me había enamorado. En Japón había convencido alguna vez a Rosita y Sinhue, los mexicanos de este grupo de amigos, en ir a visitarla a sus ciudad y fuimos y nos divertimos mucho. Para entonces Pauline había regresado a Francia y yo estaba tratando de sacarla de mi mente. Lo cierto es que no pude. Tiempo después, ya regresados todos a nuestros países, Pauline se puso en contacto con Rosita y Mónica que vivían en la capital para darles el encuentro, pues siempre había tenido planes de vivir en latinoamérica, estuvo viviendo un tiempo con la familia de una de ellas o de las dos, ya no recuerdo bien y luego, cuando ya encontró trabajo y comenzó a sentirse más estable, le propuso a Mónica mudarse a compartir un departamento.
Tengo que confesar que me tomé mucho tiempo en decidir ir a su encuentro, ya había pasado más de un año de mi regreso de Japón y Pauline ya había comenzado y terminado una nueva relación con un mexicano. Cuando se me ocurrió darles la visita, calculé una manera para que estuvieran preparadas para acogerme sin saber que tendrían que hacerlo. Comencé por pedirle a Pauline asilo para una amiga mía a la que además le había dicho que quería mucho. Mónica, me contó Pau, se negó rotundamente. Ella no quería estar hospedando extraños y hace poco me enteré que hasta pensaba que "mi amiga muy querida" podía ser hasta mi novia y quién iba a saberlo. Lo cierto es que a pesar de la negativa de Mónica, logré insistirle tanto a Pauline, quien me tenía mucha consideración, que la convencí de que hicieran un campito para recibir a esta invitada unos pocos días. Y así partí para allá, con esta historia de fondo, un mapa para ubicarme en la megaciudad, una sonrisa traviesa y muchas ganas.
Cuando encontré el edificio, practiqué una voz que sonara femenina, pero no afeminada, antes de tocarles el intercomunicador. Había llegado muy temprano y no me respondían, tuve que tocar dos veces. Es curioso que me venga el recuerdo, pero a este personaje que había creado, le había bautizado con el mismo nombre de quien no quería recibirla. Así que me identifiqué como "Mónica, la amiga de Jorge" con un acento que ahora pienso sonaba a colombiano, cuando me preguntó la voz adormilada de Mónica quién era. Entré al edificio, subí el ascensor y ya estaba allí. Cuando Mónica me vio, no supe si ya se había dado cuenta de mi trampa, al parecer no. Me dio un abrazo con su cara de sueño y yo la saludé con un besote, mientras ella llamaba a Pauline, ahora cómplice de mi travesura diciéndole que ya había llegado la amiga de Jorge. Pauline salió toda legañuda y con la cara aplicada de cremas que yo lamí al verla recién, para mayor sorpresa suya. No se había imaginado para nada que sería yo quien aparecería en la puerta. Luego nos dimos un abrazo fuerte y sentí que era como si nunca nos hubiéramos dejado de ver. La mejor sorpresa que habría podido preparar resultó un éxito, pero me quitó mucho tiempo para compartir con ella, que quizás hubiera podido hacerse un tiempo libre para mí de haber avisado. A mi amiga no pensaba atenderla tanto.
La tercera vez que visité México fue por el fin del mundo. Decidimos con algunos amigos ir a México juntos a visitar ruinas mayas el año en que los antiguos mayas habían determinado como el fin de los tiempos o cuando se acababa su famoso calendario. Mis amigos cancelaron sus planes de ir en este rumbo y yo, terco y porque ya me había hecho la idea, decidí persistir en este viaje. Volví a ver a Mónica y recordamos con Rosita y Sinhue mi visita anterior y nuestra época japonesa, luego partí a Tulum y conocí un poco de sus alrededores, la pasé muy bien.
Ya no pensaba volver a México en mucho tiempo, aparentemente mi órbita me haría regresar en no menos de 10 años, pero algo pasó. En el invierno hice un viaje al interior del país y pensaba no salir fuera en lo que restaba del año, pero la conocí. Ingrid había venido, así como una bandada de españoles, una pareja de franceses y otra de uruguayos a atender niños y grandes a pequeños pueblos de la sierra y de la selva. Algunos conocidos me habían contado de esta ONG que hacía ese tipo de intervención y estuve contactando a la encargada en Lima para que me incluyeran en el viaje de este año y a pesar de recibir muy poca información, supe que estaba aceptado. Ingrid, era mexicana, de Puebla más exactamente (como Sinhue) y fue de las primeras en buscarme conversación. Me sentí muy rápido en confianza con ella, yo había recién estado el año pasado en México así que tenía un poco de qué hablarle, al menos más que a esta banda de extraños. Nadie me había dicho que iba a ser yo el único peruano. Me senté a su lado y traté de hacer un poco de conversación con el resto, se me hacía poco fácil recordar sus nombres, incluso el de Ingrid.
El viaje al interior terminó siendo una experiencia alucinante, en pocos días me sentí hermanado con este equipo maravilloso de gente con el que habíamos compartido casi tres semanas, pero tantas experiencias mágicas que ya eran seres queridos, sobretodo Ingrid. Ingrid me cautivó poco a poco y cada vez más intensamente, a la mitad del viaje ya sabía que estaba enamorado de ella, pero no se lo iba a decir, indudablemente esta experiencia había sido muy intensa, pero tenía un final programado muy cerca. No he tenido buena sensación con los amores fugaces y la distancia no es algo que me agrade mucho para ser muy francos. Quería, sin embargo, que sienta que ese cariño que sentía por ella era mayor que el que le tenía al resto del grupo, pues a todos les guardo mucho afecto. Durante el viaje habíamos estado muy apegados y a su regreso(me había apartado del grupo unos días antes) no podía ocultar que la había extrañado más a ella. Ingrid se fue a su Puebla, a su Cholula, más exactamente y yo me quedé con la dulce idea de haberla conocido y compartido un momento de amor con ella, no me importaba si no había sido suficiente, pero estaba muy contento de que hubiera pasado, de que hubiera sentido esto nuevamente por alguien aunque sea sólo ese instante. Me quedaría el recuerdo de Ingrid por un buen tiempo y me hacía bien.
Fue más que eso, Ingrid y yo no perdimos el contacto, ni del resto del grupo, teníamos una conversación abierta para todos en el Whatsapp y nos mensajeábamos cada cuando dentro y fuera del grupo. Un día Ingrid me confesó que sentía miedo de saberse enamorada de mí, ella dio ese primer paso. Le contesté que era un sentimiento mutuo, pero luego los mensajes parecían enredados e inconclusos, a ella le dio la percepción de que yo la quería olvidar cuando, por el contrario, nacía en mí un deseo inminente de volverla a ver y de saber hasta dónde podría llegar este sentimiento. Un día le escribí una idea descabellada y proyectada a mil en la que prácticamente le pedía que formara parte de mi vida. Era un plan macabro que consistía en acudir a buscarla en su Puebla y viajar juntos dentro de su país y luego volvernos a ver en Uruguay, a donde ya habíamos planteado irnos en febrero y entonces enamorarnos de tal manera que nuestros destinos se enlacen y no queramos separarnos más. Ingrid también había volado alguna vez cuando me escribía, fue ella quien me dijo que no se podía escoger una pareja de vida a la ligera, lo que me hizo pensar en un plan a largo plazo. Y sí, sí me podía imaginar un futuro con ella, una familia, una vida compartida, niños, mascotas, felicidad. Y hacerme esta idea sólo aumentaba mis ganas de verla y poder abrazarla y besarla, pues durante el viaje anduve en plan de amigos tímidamente. Cuando le revelé mi plan ella se asustó, repentinamente, este ser alejado del que ella pensaba que no tenía ningún interés verdadero por ella, le estaba poco más y proponiendo matrimonio. Un día me dijo que su mamá le había advertido que ella no salía de Cholula sin estar casada. Me sorprendió que lo estuviera contando, luego supe que prácticamente en su familia todos sabían. Pensé que ella se lo estaba tomando en serio y no me desagradaba, es más me gustaba mucho. Nuestro acuerdo comprendía mucha libertad, no nos conocíamos tanto, pero queríamos conocernos más. Y si encontrábamos alguien en el camino que valiera la pena, pues no sabíamos, pero no nos lo podíamos impedir. Creo que eso de que valiera la pena, me lo inventé yo, porque Ingrid fue un día a la capital de su país y besó en los labios a un compañero suyo al que le tenía cierta curiosidad. Ingrid me empezó a mandar una historia que estaba escribiendo en base a su vida amorosa y algunos incidentes que le habían dañado los sentimientos, conocer ese lado de ella, me hizo quererla más, era una persona real que correspondía a este sentimiento de amor que yo tenía por ella. Quizás me estaba entusiasmando de más, pero decidí comprar mi pasaje a México, le consulté sobre fechas y decidí de pronto que pasaría mi cumpleaños por allá, no tenía ganas de estar en Lima haciendo lo de siempre esta vez.
Otra vez a México y en seguida me puse en contacto con Sinhue que vive en Puebla. Le conté sencillamente a qué iba a poco tiempo de partir y le solicité hospedaje. Cuando le dije a Ingrid que ya tenía mi pasaje, creo que se sintió mal. Tenía una sonrisa seguramente, pero de nervios. Un día me contó, poco antes de que partiera, lo del amigo que había besado. Lo hizo durante una videollamada. La expresión en mi rostro debe haber sido muy fácil de leer. Me sentí defraudado, sentí que a mí me estaba importando esto mucho más que a ella, traté de conversar un poco más al respecto, ella no hacía otra cosa que fijarse en la mala impresión que esto me había causado y yo no podía ocultarla, así que cuando acabó nuestra conversación me costó mucho tomar el sueño. ¿Estaba haciendo algo equivocado? ¿Bastaba sólo mi amor? Me tomé un día de reflexión. Ya en ese momento quizás era mucho tiempo, me estaba acostumbrando a comunicarme con ella en cada instante, iba más seguido a casa de mi mamá para poder tener acceso a Internet, así que desconectarme un día, se debe haber sentido como mucho, pero no podía estar tanto más sin comunicarme con ella tampoco. Mi pasaje ya estaba comprado. ¿Qué iba a hacer? ¿Hacerme el ofendido por algo que habíamos dejado sentado desde el principio? Definitivamente no. Ella estaba siguiendo su vida, yo era un tipo que podía decir y decir cosas, pero que quizás no había tocado realmente su corazón. En esa conversación además detecté la necesidad de que por mi parte también hubiera pasado algo. Entendí entre líneas que por ser yo hombre, ella pensaba que de hecho tenía que haber pasado algo. Pero no y se lo había explicado claramente, que cuando me fijo en alguien, dejo de tontear con otras. Sé que no tenía que creerme. ¿Qué tanto podría saber de mí? Su duda me ponía en sobreaviso, no sabía de mí y no me conocía.
Le mandé un mensaje para que volviéramos a hablar y explicándole que estaba enojado conmigo mismo, no con ella. Le expliqué lo de estar con alguien que valiera la pena. Me dijo que no había entendido eso, que eso había sido algo eventual y sin importancia. Decidí hacerme la idea de que para mí tampoco era eso importante. Ella siempre cuestionaba el hecho de cometer esta locura, entre tanto iba averiguando sobre escuelas de especialización para poder continuar estudios. Eso se volvió otro obstáculo más, quizás uno más fuerte. Traté de convencerla que podía estudiar sin que eso significará nuestra separación. ¿Estábamos unidos? Le proponía esto bajo la idea de que quisiéramos estar juntos, los dos, en un futuro. Ella me decía que le parecía muy difícil, que le gustaría tomar ese paso loco, pero a la vez le daba miedo, que sí se podía imaginar teniéndome a mí como pareja y haciendo una vida juntos, pero no era algo que quisiera hacer ahora. No se veía haciendo eso ahora, estaba muy joven.
Mi cabeza comenzaba a regresar a otro tiempo, cuando yo tenía la edad de ella y pensaba lo mismo cuando se presentó la oportunidad, cuando no tuve el valor de tomar mi destino por las manos. La entendía, claro que sí. Entendía su miedo, su preocupación, pero hoy estaba yo del otro lado. Hoy ya no veía la vida con certeza o con precaución. Estaba pensando en sueños por cumplir y métodos a encontrar en el camino. No pensaba "y si no... ". Por supuesto que puede ser que no, pero ¿y si sí?
Cuando se acercaron más los días ya no nos poníamos tan complicados, hablábamos de cosas más corrientes como hacer la maleta y qué cosas debía llevar para el viaje, qué quería ella que le lleve y qué actividades haríamos el tiempo que pasáramos juntos.
Salí de Lima con mucha expectativa y sin ninguna. Quería saber qué pasaría y ya estaba en camino, pronto lo averiguaría. La última versión de la historia que ella estaba escribiendo había cambiado un poco el desenlace, ella se había puesto un poco en paz con el personaje que la atormentaba al principio y en su viaje a Perú sentía una renovada libertad y se redescubría, el personaje basado en mí tenía un acercamiento muy fuerte con ella y el final quedaba abierto, ella no regresaba a su país. En la realidad, era yo quien ahora la iba a buscar.
Es la cuarta vez que iba a México, esta vez no era para conocer, pero ya que iba hasta tan lejos, siempre había algo nuevo para ver. Llegué a la capital y tomé el bus directamente hacia Puebla, Sinhue iría por mí y vería a Ingrid por la noche. Fue un viaje largo y prácticamente de todo el día. Sinhue me llevó a comer una delicia de tacos donde una señora de ascendencia japonesa y luego me hizo un recorrido por la zona y me dio algunos consejos para mi salida de más tarde, yo escuchaba, pero lo único que pasaba por mi cabeza era que ya iba a ver a Ingrid en tan sólo minutos. Llegué a instalarme a casa de Sinhué y muy pronto llegó Ingrid a buscarme. Se perdió un poco para llegar. Sinhue me dio muy gentilmente un juego de llaves para que no sintiera que molestaba si llegaba tarde y ese día llegué muy tarde.
Ingrid salía de trabajar y me explicaba que no íbamos donde su hermana que estaba de cumpleaños como era originalmente el plan, pues el tipo de reunión que iban a tener no era de su mayor agrado y ya había avisado que no iba a estar. Me llevó a pasear un poco por la ciudad y estaba nerviosa, entre la cosas más obvias, por el hecho de que se había perdido un poco en las direcciones que le dio Sinhue para encontrarnos. Cuando bajamos por fin del coche, a un mirador en el que minutos antes había pasado con Sinhue, necesitaba tocarla, necesitaba tener ese contacto que no podía por el Skype y que había sido la razón de todo este desplazamiento hasta el otro hemisferio. La abrazaba y la seguía tomado de su mano, había un espectáculo de luces y agua donde contaban una historia tradicional de la ciudad. Quería besarla. Cuando acabó la leyenda, salimos para volver al auto y la retuve. Ya no podía esperar más. Me quedé mirándola como explicándole que necesitaba algo y ella ya sabía qué era. Se reía y hablaba mucho, como para desviar la atención hacia otra cosa. Pero ya era mucha espera, la acerqué a mí y vi poco a poco como su sonrisa se acercaba y ella cerraba los labios para dejarlos poner en contacto con los míos. Necesitaba tocarla, sentir su piel, su caricia. Vine hasta aquí para esto, y era lo que tenía ganas de decirle. Sentí su beso reacio, como si no quisiera besarme. Aún así fui encontrando un camino, para ir sintiéndonos más cómodos con esto que estábamos haciendo por primera vez en casi 4 meses sin vernos. Teníamos una noche larga por delante y un día completo más al día siguiente.
El viaje comenzó a desdoblarse, estaba este viaje actual donde Ingrid y yo comenzábamos a conocer nuestras caricias, nuestro tacto y donde yo sentía que poco a poco nos íbamos sintiendo cómodos haciéndolo y estaba el otro viaje, el de adentro, ya estaba yo volando con la idea de hacer de esto una realidad consistente, sea donde fuera. Si quería Ingrid que nos quedáramos en Puebla, nos quedábamos, si quería aventurarse a otro país, así sería, o si quería la "tranquilidad" de vivir en Lima, a donde yo ya estaba habituado, bienvenida sería. Si bien la vida no es tan "tranquila" en Lima, era la vía más fácil, tengo un trabajo más o menos sólido, tengo un consultorio que puede ser empujado a ser más productivo, tengo donde vivir y en mi país es muy fácil que Ingrid trabaje siendo extranjera, aún si se pospusiera lo del matrimonio. Es más difícil para mí en México, ellos tienen reglas más estrictas para la migración, en Perú somos de hecho muy abiertos, casi irresponsablemente. Es por muchas razones una forma de comenzar más ventajosa, pero viéndolo desde otro punto de vista, eso la alejaría de los suyos, la posibilidad de continuar sus estudios se haría más costosa, estaría pasando de una vida de hija a una vida en pareja y deseaba experimentar la "independencia". A veces creo que la estaba poniendo en aprietos y no era ese mi objetivo, pero claro si se ve desde la perspectiva razonable común de lo que se supone debe ser un adulto responsable, le estoy ofreciendo un camino al abismo, una puerta a quién sabe qué. Quizás era mucho pedir, era insistirle mucho cuando le decía que sería donde fuera y ella no quería eso.
Después de unos días junto a Ingrid, pasé una mañana y tarde con Sinhué camino a un zoológico abierto donde pude conocerlo un poco mejor. Me estuvo platicando mucho sobre su vida y como tenía lo que ahora tenía y era lo que ahora era. Eso me puso un poco en perspectiva. Uno no es hasta que hace o se pone a hacer, sea lo que sea.
Partí unos días a Chiapas, fue bueno tener unos días para caminar, para leer, para meter nuevas imágenes y tiempos a la mente y también para meditar sobre lo que soy, sobre lo que hago, sobre por qué me gusta lo que me gusta. Pensaba mucho en Ingrid, en regresar para tener un tiempo más con ella, pensaba que aún no conocía a sus seres cercanos, quizás no quiere que conozca a la familia, quizás porque no desea enfrentarme a ellos o porque simplemente la opción de verme junto a ella se le hace cada vez más borrosa.
Al volver fui a buscarla, tomé un micro a Cholula desde la estación y comencé a caminar por esa pequeña ciudad con tanto encanto. Era un día soleado y ya le había avisado donde estaba, mientras tomaba fotos a los portales y los escenarios de su Zócalo. Y ella vino, esta vez ataviada en un tono más moderno, risueña como ella sola y fresca, el cielo azul y el sol eran un complemento esplendoroso de tanto brillo que ella transmitía. La abracé con apego, la había extrañado tanto, le pedí que nos quedáramos un ratito en ese lugar, en nuestro punto de encuentro, donde suele pasar todo en Cholula. La miro y sé que la amo, que no me importa qué decida, este ser adorable puede alejarse todo lo que quiera y no importa, en mi corazón se queda esta imagen que ahora vivo con una presencia tan fuerte que no se va a borrar, la amo tanto que ya no es tan importante tenerla, me encantaría, pero sólo si eso la hace feliz, que sea feliz es lo que deseo. Me había dicho que me prepararía sushi así que fuimos a hacer las compras y luego me llevaría a su casa a tomar un baño y presentarme a su familia.
La familia de Ingrid es encantadora, todos tienen una sonrisa acogedora, pero la mirada de recibimiento de su madre me llegó a poner un poco en cautela. O no sabía que yo llegaría o no le parecía buena idea, fue lo primero que se me pasó por la mente. Luego conocí a las hermanas, ellas muy alegres y amables, me miraban con un poco de extrañeza, pero hablaban con tanta sinceridad, diciendo cosas que hasta me podían hacer sentir incómodo que la verdad produjeron el efecto contrario y me daban más confianza. La mamá de Ingrid comenzó a hacerme preguntas más dirigidas hacia mis planes con Ingrid y era curioso contestarlas cuando no sabía muy bien ni siquiera qué quería Ingrid. Recuerdo haberle preguntado varias veces ¿Qué somos, Ingrid? Lo decía en plan de saber qué hacemos, se usa mucho en mi país para preguntar a dónde vamos. Ella solía contestar: no sé, no sé. Tomándose la pregunta con mayor profundidad a la que tenía. Fue extraño escucharle la pregunta a su mamá. ¿Y bueno, qué son? Somos... Miraba a Ingrid pidiéndole ayuda, ella me decía que su mamá sabía todo, pero esto era algo que ni ella misma sabía, yo menos, pues aunque podría definirlo desde mi lado, la pregunta solicitaba una respuesta en conjunto y eso no era muy claro. Más allá de qué fuéramos, creo que correspondía preguntar qué queríamos ser. Y mi respuesta a esta pregunta sería muy simple. Yo quisiera seguir siendo y me encantaría serlo junto a ella. Yo quería ser feliz con ella y que ella fuera feliz conmigo. La tarde acabo entre sushis corregidos, la llegada y desaparición del papá y el hermano, tocata y fuga. Se quedó conmigo hasta después de la medianoche, pues se había enterado recién que era mi cumpleaños el día siguiente y se enteró su familia que cumplía 37. Es mucha la diferencia de edad supongo cuando se hacen las restas. No me lo parecía. Me parecía que éramos seres muy similares, con sueños parecidos, con trayectorias confluentes, personalidades complementarias, en fin... suena cursi, pero lo diré porque pensé que podríamos serlo, podríamos ser "el uno para el otro". Se quedó conmigo haciendo tiempo, nos besamos mucho, pues ya no nos íbamos a besar en mucho. Quedó en buscarme a la mañana siguiente para despedirnos
Lo que sigue lo resumo rápido, pasamos un día como enamorados, caminando por el centro de Puebla, tomados de la mano o abrazados, besándonos entre tanto y tanto, probamos chiles en nogada con sabor a tradición, tomamos unos pulques, unas nieves, quedamos en volver a vernos en el verano del sur para pasear por Buenos Aires y Montevideo. Yo volví a la capital, pasé unos días con Rosita, Mónica y luego Sinhué cuando nos dio el alcance, y les conté mi periplo. Ellos se invitaron a la boda imaginaria en la Catedral de Puebla. Volví a Lima para continuar el viaje interno, había pasado tanto. Platicamos mucho en internet después, la extrañaba mucho, necesitaba saber cuál era el siguiente paso. Un día le mandé una oferta de viaje de México a Lima. Otro día le pregunté qué pensaba. Otro día descubrí que ya no estaba mucho en sus planes lo de ir a Uruguay conmigo. Luego descubrí que se lo había estado pensando mucho y no se veía en una relación por ahora, que quería disfrutarse sola por un buen tiempo, que no era justo que me pidiera que la esperara, que tenía planes y era mucho sacrificio aparentemente involucrarme en ellos, no importaba, ya la amaba y no iba a seguir insistiendo, no podía obligarla a tomar una decisión sobre un futuro juntos cuando ella no se sentía lista, no quería someterla a una ansiedad innecesaria, no podía pedirle que pensara en mí cuando quizás lo que quería ahora era irme borrando de sus planes. Esa noche amanecimos juntos sin despegarnos de la pantalla, nos estábamos despidiendo. Le comenté algunas estupideces como que quizás la eliminaría de la red social para no enterarme de su vida por un tiempo, pero que ahí estaba el correo para que me contactara cuando lo necesite. Siempre que me escribiera algo en lo pronto le respondería un "te quiero". Han pasado varios días y la extraño mucho, extraño la idea y la esperanza de que un día fuéramos los dos juntos, mientras trato de hacerme la idea de que ya no tiene caso, de que es algo que ella no quiere y no va a pasar y yo tengo que hacer algo con mi vida, encontrar a ese tipo con sueños que sigue ahí dentro de mí y darle alas para que vuele tan alto como pueda. A veces la releo y leo las leyendas que publica para todos, veo las fotos que tengo de ella, pensarla me deja sonriendo. A veces me escribe y le respondo que la quiero. A veces me quedo mirando los mensajes antiguos y llega uno nuevo. La amo y se lo dije y estoy contento de haberlo hecho, quiero creer que ella sabe que no lo dije por decir. Cierro los ojos, pienso en el amor que siento, tomo aire, es hora de salir de la cama. El viaje sigue, la vida no se ha acabado, todavía no.


viernes, 17 de noviembre de 2006

3.Tarapoto

La nueva mañana terminé de alistar mis cosas poco más tarde de lo pensado. Recorrí algunas empresas de transporte y había más o menos quedado con Lisa en encontrarnos más o menos a las ocho y treinta o nueve en la Plaza de Armas. Al acercarme al paradero, la combi ya salía, todavía eran las ocho y les dije que me esperaran un rato, fui a buscar a Lisa y a hacer un poco de tiempo. Al parecer fue mucho tiempo, cuando volví, sin rastro de Lisa, ya se había ido la combi. Me trepé a la próxima combi que iba a salir: cuando se llene.
Desde las 8:30 hasta que más o menos se llenó pasaron más de dos horas. Yo estaba un poco preocupado porque de Pedro Ruiz no tenía mucha información y sólo sabía que ahí tomaría el bus a Moyabamba, en la radio y por los comentarios de algunos pasajeros supe que unos días antes había habido un accidente con muertos en la misma ruta que iba yo. A mi favor, sin embargo, tenía un día bueno sin lluvia y un chofer bien informado.
Llegué a Pedro temprano, todavía no habían pasado carros con el rumbo de mi preferencia. Me encontré a Lisa y compré mi pasaje a Tarapoto en el mismo lugar donde ella lo había hecho. Pensaba todavía ir a Moyabamba, pero desde Tarapoto; según la información de que disponía sería una hora y media de viaje, podría hacerlo en la mañana y podría comprar mi pasaje con mayor anticipación. Un poco más tarde llegó a nuestro paradero Thomas que también iba rumbo a Tarapoto y finalmente se convenció de comprar su pasaje en la misma agencia que nosotros. Me quedé conversando con Lisa y luego con una señora que se iba para Chiclayo.
Se pasaron un montón de buses y el nuestro no llegaba. Supuestamente saldríamos a la 1:30, pero nunca pasaba. Tom, un poco desesperado salió a preguntar si nos podían embarcar en otra empresa que llegara. Nadie aceptaba al precio de 25 soles. Después de mucho insistir y ya casi a las 4pm, nos subimos a un CIVA.
En el bus me decidí a quedarme en Tarapoto, ya no iría a Moyabamba, me iba a salir más caro y las orquídeas que pensaba ver no eran tanto de mi afición. Además pensé que con ese grupo de tres me divertiría más y así fue. Compartí un poco de música con Tom en el bus y nos pusimos a ver las películas.
Llegamos al Terminal de Tarapoto y ya se sentía por fin la diferencia de clima. Selva es selva. Después de un no muy brillante negocio por la tarifa, el mototaxista nos llevó a un hotel económico a nuestro requerimiento. Felizmente entrábamos los tres, aunque algo ajustados en el asiento. El hotel económico nos costaba 25 soles, pero decidimos que podíamos encontrar otro más barato y comenzamos a caminar, luego de dar muchas vueltas sin sentido, llegamos a la calle donde nos habían dejado, de donde yo había visto hospedajes un poco antes de llegar a la plaza. Encontramos hospedaje a 12 soles, agua fría, pero con el calor de Tarapoto, en fin…
Escogimos nuestros cuartos, yo el peor, que en realidad no estaba tan malo tampoco y salimos a buscar tures y restaurante, ya era de noche.
Yo no tenía mucha hambre, pero si ellos comerían, por qué yo no. Nos informamos bien de los tures disponibles y decidimos que el costo se podía reducir y que podríamos hacerlos por nuestra cuenta. En encontrar el chifa para comer nos tomamos una buena caminata, y para que, al final, me llenara muy rápido y tuviera que pedir que me envolvieran la comida para dársela a alguien por ahí. Quedamos en encontrarnos en el hall de nuestro piso a las 7am, para desayunar y ver otras posibilidades de tour. Me di un duchazo ya que estaba todo sudado y me acosté luego de pedir un ventilador, para poder dormir con tanto calor.
En la mañana me levanté luego de sentir unos golpes en la puerta. Me puse un pantalón al vuelo y les dije que me esperaran un ratito, muy arrochado, pues les había dicho que yo me levantaba a las seis y al parecer había desactivado la alarma.
Una ducha rápida y me cambié casi instantáneamente, desvalijé mi mochila y metí sólo la cámara y mi poncho de plástico por si llovía. Y efectivamente la mañana estaba gris y al rato comenzó a gotear. Los chicos ya estaba con ropa impermeable, muchos más modernos que yo, limeñísimo acostumbrado a la sequía.
Tomamos desayuno y desistimos de buscar más tures. Fuimos a preguntar dónde podrían alquilarnos motos para realizar nuestro trayecto y en definitiva de los tures que habíamos elegido realizar, el único que podíamos hacer en moto era a un pueblo llamado Lamas que visitaríamos según ya vislumbraba yo, el último día. Ese día no pintaba bueno para la laguna azul tampoco. Decidimos ir a las cataratas de Ahuashiyacu y algo de información debo haber perdido en el camino, como ya se darán cuenta.
Negociamos un mototaxi para que nos lleve y espere a las cataratas por 25 soles entre los tres. Nos dejo después de unos minutos a la entrada de un camino. Como había llovido y parecía que seguiría lloviendo más, el camino estaba muy enlodado y el mototaxista nos explicó que tendríamos que caminar unos 20 minutos. Eso tratamos de hacer, a pocos pasos nos dimos cuenta que era más fácil caminar descalzos sobre ese fango. Ah, la sensación de los pies sobre el barro era deliciosa. Antes de llegar a un pongo encontramos un atajo y la flojera nos hizo tomarlo, no habían señales ni personas cerca, así que la dirección que tomábamos era la que más se nos hacía factible.
El atajo resultó un poco complicado, pero como retroceder nunca rendirse jamás, cruzamos por el fango con muchas maniobras, caídas y cortes que nos divirtieron bastante en este recorrido por el medio de la jungla incógnita.
Llegamos al pongo, donde había una palapa y luego a un río. Como no veíamos la dichosa catarata decidimos cruzar el río. Con mucho arte y paciencia lo conseguimos. Tratamos de sguir un camino, pero lo único que conseguimos fue regresar al otro extremo del río un poco más allá. Quise explorar la zona, pero sólo encontré una cabaña, y aunque quise contactar a sus habitantes lo único que pude conseguir fue que me ladraran unos perros.
¿Dónde estaría la catarata? ¿Acaso éramos las únicas personas con ganas de verla?… no podía ser. Cambiamos de ruta y como no encontramos nada, nos rendimos. Comenzó nuevamente a llover, felizmente estábamos cerca de la palapa y nos cobijamos bajo ella. Al rato disminuyó la lluvia y seguimos. Nos encontramos con un hombre que machete en mano se iba abriendo paso. Quitándonos el miedo (por el machete) le preguntamos donde estaban las cascadas y nos habló de otras cascadas que no eran por las que habíamos ido, pero que tampoco habíamos visto ¿Y las otras? Eso está como a dos horas…
Ya desalentados y con la idea de haber sido estafados, partimos el regreso. En el camino nos cruzamos con otra persona que nos explicó que estas cascadas estaba a cinco minutos, pero tal como las describía, pues definitivamente no habíamos dado con el sitio. Lo convencimos para que nos acompañe y le dimos una propina por la molestia así que regresamos. Llegamos a unas pozas, piscinas naturales que no habíamos pisado antes y decidimos quedarnos un rato. Tom y yo nos metimos a nadar y Lisa se quedó observando desde una roca. Usamos unas pequeñas cascadas (las que nos habían dicho) como tobogán y pasamos un buen rato. A la salida, nos tomó más trabajo salir del río y nos dañamos un poco los pies. Tom se golpeó muy fuerte un dedo y se le inflamó.
Mucho lodo después, llegamos a donde nos habían dejado con la idea de que ya no encontraríamos a nuestro taxista. Pero ahí estaba, un poco más allá, conversando con alguien. Le expliqué la situación y renegociamos a cuarenta soles la partida a Ahuashiyacu. En inglés, como cada vez que no querían que se entere alguien más, Tom me sugirió que le diéramos cuarenta y cinco para quedar quince cada uno. No convine. Pero le pagamos la entrada a nuestro chofer a las cataratas que no conocía y luego el almuerzo. Para qué más.
Las cataratas de Ahuashiyacu estaban mucho más lejos y el camino era escarpado y no muy ancho, definitivamente ir en moto, y sin saber montar como yo, era mucho pedir. A diferencia del otro lugar este estaba muy convenientemente señalizado con cartel de entrada e incluso cobraban la admisión: 2 soles nomás. Esta sí era una catarata, por lo menos unos 30 metros de alto y la poza unos 2.50 de profundidad máxima. Ahora sí nos metimos los tres y el agua estaba más fría que en el otro lado. Luego a explorar la gruta detrás de la cascada y finalmente a lanzarse desde poca altura hacia la poza. A Lisa y a mí nos aguanto normal, pero a Tom que era más alto le causó un impacto adicional en el pie.
Al rato empezó a llover y aunque nos quedamos remojando, nos dimos cuenta que las mochilas se estaban mojando y terminamos saliendo al poco rato. La lluvia aumentó y de ahí tiramos para un restaurante que había a pocos minutos de distancia. Me comenzó a dar frío por lo que estaba mojado y había viento y seguía lloviendo, así que pasamos la lluvia entre cecina, tacacho, chicharrón y la inacabable tilapia y un jugo de uva buenazo.
Regresamos luego de una buena digestión con el mono y la gata (ese era el nombre del restaurante) y también algunos perritos que se comieron nuestras sobras. El día había sido más que provechoso finalmente y hasta nuestra aventura por la cascada equivocada había sido muy entretenida. Regresamos al hostal, cerramos trato con el mototaxista, pedimos algunas instrucciones para ir al día siguiente a Laguna Azul y acompañamos a Lisa a averiguar el lugar donde se tomaban los buses a Tingo María.
Fuimos a buscar agua y sucedió un terrible incidente que prefiero no comentar, jaja.
Más tarde los chicos se pusieron al día con sus correos electrónicos y yo me fui a reexplorar la zona. Ese día era noche de brujas o el día de la canción criolla y habíamos quedado en ir a un bar luego, y así lo hicimos.
Aunque en realidad nuestra primera opción había sido un bar llamado Étnica, pues la que atendía muy buen saludo y no tan mal despedida, decidimos que el presupuesto era más importante, además de la comodidad y paramos un bar antes donde nos ofrecían una jarra de daikiri a muy buen precio. Entre nuestras copas y la limonada de Lisa, se hizo hora de acostarse. Quedamos en ya no levantarnos tan temprano el día siguiente.
Salimos a buscar colectivo rumbo a Sauce a las ocho y nos cobraban 15 soles. Nos pareció muy caro, además teníamos que esperar una persona más. Fuimos a ver al paradero de las combis que estaba al lado y justo salía una y con nosotros ya sólo faltaba una persona más y a 8 soles.
La ruta pintaba interesante aunque el camino en algunos tramos era afirmado, no fue un viaje tan duro. A poco tiempo de avistar el río Huallaga desde lo alto, ya estábamos a su orilla y la combi paró y la gente se bajó, así que los seguimos. Luego entendimos que teníamos que cruzar el río, pero… no había puente. Avanzamos a ver cuál sería el procedimiento y observamos en el otro extremo lo que parecía ser una balsa que transportaba vehículos hacia nuestro extremo. La balsa era desplazada, cual chalana, por unos hombres que ayudados de poleas y un cable que funcionaba a manera de puente se nos iba aproximando. Entretanto, se nos acercó un extranjero de la tercera edad, que pensábamos había venido a hacer turismo relámpago y costoso, a desmentir nuestros prejuicios. Era presidente de una asociación llamada Friendship Force que hacía intercambios culturales a nivel mundial. Es decir, hospedaban gente y gente los hospedaba y se estaban alojando con los miembros de la tal sociedad en Tarapoto. Su viaje continuaría unas semanas más.
Llegó la chalanita y treparon los vehículos, entre ellos nuestra combi y a seguir. Un rato más tarde ya podíamos ver desde el camino un lago muy bonito y al poco rato, Laguna Azul. Llegamos a Sauce y nos bajaron, por lo visto no íbamos a encontrar combi de regreso. Fuimos a buscar de comer y un poco de información.
En el restaurante que escogimos nos ofrecían menú a cinco soles. Decidimos comer, aunque era todavía temprano y después, recorrer el lago. En el mismo restaurante nos ofrecieron paseo en bote a la laguna, parando en algunos puertitos, para descansar la vista. El precio era un poco costoso, pues se nos rentaba el bote, pero añadiendo a una pareja que comía en la otra mesa, salía mejor en la división.
Recorrimos la laguna, hicimos una primera parada en un hospedaje llamado La Sirena, donde nos comentaron la leyenda de una sirena que aparecía en la luna llena. Nosotros que habíamos tenido una conversación sobre el delfín rosado, alucinábamos que quizás lo que veían era uno de esos bufeos que había medio tragado a una mujer. Quizá un paiche.
Nos presentaron el lugar, las cabañas y el área que tenían para almuerzos colectivos. No estaba mal y al parecer el terreno no era muy caro todavía en esa bella zona, tan mal comunicada. Después de recorrer un rato, ver un insecto palo y tomar fotos, seguimos el paseo. Yo tenía ganas de meterme a nadar en el lago y al parecer estábamos buscando un lugar donde fuera más conveniente. Se subió a nuestra lanchita un niño que me fue comentando las características de la laguna, quiénes tenían casa por la zona (Fujimori al parecer llegaba a veces en helicóptero), los problemas que había habido por Sendero Luminoso y las perspectivas que tenían ellos de progresar en su propia tierra. Me contaba el niño que estaba aprendiendo inglés y le sugerí que lo practicara con mis acompañantes, pero su nivel era aún inicial y el acento australiano y francés en el inglés, son un poco difíciles de manejar al principio.
Paramos en otro puerto y al parecer había algún tipo de celebración. Estaban los de Friendship Force. Nos quedamos un rato a ver voley y escuchar la música que hacían para animar. Compramos una gaseosa grande y nos sentamos a tomar un poco. Yo decidí que esta sería mi última oportunidad para nadar en el lago, pero nadie me quería acompañar así que me fui solo. El agua estaba fría y el piso poco profundo, pero no tanto. Me quedé un rato flotando y braceando y salí, el viento me dio mucho frío, se sentía menos estando dentro del agua, pero me tenía que secar: no nos íbamos a quedar tanto rato tampoco. Me eché en el muellecito y el sol y el viento se encargaron de secarme muy rápidamente. Cuando ya estaba seco acabó nuestro tiempo y regresamos a la lanchita y al puerto de donde habíamos partido.
¿Qué más había para hacer? Yo había escuchado de unas cascadas a pocos minutos, pedimos algunas direcciones y nos enviaron a la escuela militar que había a lo alto de la colina. Llegamos y había letreros advirtiendo que tenían orden de disparar. Grité un poco para pedir permiso para entrar y que nos dijeran cómo llegar a las cascadas. Muy amablemente y a pesar de no presentar documentos el encargado envió a un soldado para que nos haga pasar y nos conduzca al camino que lleva a las cascadas. Seguimos la ruta, pero más allá de un poco de agua que caía no vimos algo que se le pudiera llamar así, aprovecharon ellos para ir al “baño” y yo encontré una araña grande muy bien posicionada en su tela, ahí las fotos.
Al regreso, encontramos a unos niños jugando con una culebra verde mal herida que Tom ayudó a terminar, pues al parecer sufría. Ya abajo, preguntamos por la movilidad de regreso. Como éramos tres, con uno más y completábamos el carro. Le dijimos que estaríamos a orillas del lago y que nos llamara cuando viniera la otra persona. Y así fue.
El regreso fue más llevadero, paramos nuevamente para cruzar el Huallaga, tomamos agua de coco, Tom y Lisa partieron sus propios cocos y yo me quedé viendo como las moscas acompañaban a un perro de rasgos de gran danés, pero muy enclenque, a quien la gente llamaba “Microbio”.
Cruzamos y de ahí hasta Tarapoto, el conductor nos llevó amablemente cerca de la plaza. Como habíamos almorzado temprano, algo de hambre teníamos y habíamos visto una esquina donde vendían comida rápida. Pedimos unas hamburguesas y Lisa un taco que pudimos volver vegetariano y compartimos un jugo surtido. Luego al telo.
Esa mañana se había decidido partir tarde, mis compañeros iban a dormir un poco más y yo salí temprano a buscar la tienda de motos y hacer un poco más de averiguación para poder hacer nuestro paseo. Negocié además el precio y nos los dejó a 6 soles la hora en la moto grande, pensé pedir una para mí, pero no me aconsejó que practicara en la ciudad. Decidí que iría en la parte de atrás de la moto de Tom. Regresé para llamar a este y le expliqué la situación. Alistamos las cosas, pues ya abandonaríamos la ciudad más tarde y le tocamos la puerta a Lisa para dejarle las cosas, al parecer la despertamos, sin intención.
Pedimos la moto y el dueño nos permitió que Tom la probara antes de hacer contrato, pues tenía que estar seguro de poder llevarme. Se subió, recibió unas cuantas instrucciones y partió en línea recta quién sabe a dónde. Al poco rato regresó, en contra de la vía, afirmando que no había problema. Cerramos el trato, pedimos 6 horas y nos fuimos, primero a echar gasolina y luego a Lamas. Mientras Tom se iba adaptando a los cambios y la velocidad y yo al viento que me daba a los ojos. Siguiendo las indicaciones y preguntando un poco a los mototaxis que nos cruzábamos y a menos de una hora de viaje, llegamos. De inmediato fuimos a un museo etnológico donde por 3 soles podíamos apreciar un recorrido por la cultura de Lamas, que a pesar de ser selváticos eran quechua-hablantes. Un simpático señor con aliento y olor no tan simpáticos nos hizo el recorrido explicándonos rasgos peculiares de la cultura del pueblo: sus costumbres maritales, su forma de celebrar, las normas de la familia y en suma, la manera de vivir de la población nativa. Fuimos luego al pueblo nativo, pero no vimos nada llamativo. De ahí estuvimos buscando un mirador y nos percatamos que El Mirador era un restaurante, así que decidimos almorzar ahí y tomar unas fotos del paisaje.
Ya comidos, nos dispusimos a retornar. No sabíamos bien el camino, pero teníamos que bajar. Seguimos a otra moto rumbo a la Plaza de Armas porque yo quería tomar una foto y bueno escuché un pitazo, Tom frenó, yo me fui a tomar la foto y luego me vengo a dar cuenta de que nos querían poner una papeleta y a los de la otra moto por conducir en contra. Le increpé al policía por la presencia de algún signo que nos refiriera el sentido de la vía, pero no me dio razón. De puro prepotente, nos envió a la comisaría. Yo me quedé esperando a que nos acompañara. La comisaría quedaba en la esquina. Traté de hablarle bonito, de que entendiera que no éramos de allí, que no había señales y que ya estábamos de vuelta. Fue un desperdicio de tiempo. Para colmo le pidió al policía que había dentro que confiscara la moto amarilla, la nuestra, pues no tenía placas, cosa que no nos habíamos dado cuenta. Teníamos que dejar la moto y llamar al dueño y no entendía que ya no teníamos tiempo, que estábamos regresando a Lima ese mismo día. Le dije que mi papá era Coronel, aunque estuviera retirado y sea asimilado, eso siempre es útil. Pero nada. Era inútil hacerle entrar en razón. Me aparté, pues al parecer mi presencia le era molesta y el lío era con Tom que era quien manejaba y le hablé al otro policía, explicándole la situación, le dije que quería hablar con el comisario, pues este tipo era muy terco. Me pregunto si no era falso lo de mi papá coronel, pues no iba a despertar al comisario por las puras. Muy convencido, me ratifiqué. Unos minutos después y por orden del comisario, el policía gordo aunque indispuesto tuvo que romper sus papeletas y dejarnos ir. Preguntamos cuál era la ruta y partimos, por fin libres. Otra anécdota más.
A mitad de camino encontramos un espacio abierto y Tom paró para enseñarme a manejar la moto, debo decir que tan mal no lo hoce y no me caí, hasta al final, cuando frené y como en detenerme no había sido instruído, pues casi se me voltea la moto. Llegamos de vuelta a Tarapoto a devolver la moto. A reportar el incidente con el dueño. A pedir la hora extra que habíamos pagado y a dejarnos invitar unas gaseosas heladas por las molestias. Regresamos al hostal, en el que ya no estábamos alojados a buscar a Lisa y contarle lo sucedido. Ella ya tenía todo listo para salir al día siguiente a Tingo María. De ahí a hacer tiempo entre el supermercado, donde me compré una botella grande de agua, y a la plaza, para consumir nuestras compras y conversar.
Mi avión en StarPerú finalmente salía antes que el de Tom, por un problema que tuve por demorarme en hacer la compra. Y ya se cumplía la hora. Volvimos al hostal a sacar mis bultos, me despedí de ellos contento por la buena experiencia, con Tom me vería al día siguiente para curarle una muela. Y chapé mi mototaxi al aeropuerto, 3 soles.
Me registré, me quedé viendo el final de una película, para hacer tiempo y no mucho después salimos. El vuelo ya llevaba algunos pasajeros, pues venía desde Iquitos. En la plaza yo había visto nubes negras y aunque no llovía, después de un rato de vuelo, comenzó una zona de turbulencias bastante larga. Sumado a esto, se podían ver destellos en el cielo oscuro que a pesar de su espectacularidad, daban un poco de miedo. Digo, a nadie le gusta pasar una tormenta y menos a miles de metros de altura.
Entre las turbulencias, el refrigerio que nos ofrecían y el destornillador que me pedí para pasar el rato, sentí que no había pasado mucho cuando anunciaron nuestro descenso a Lima. No había almacenado equipaje, así que salí, prácticamente, del avión a la calle. Por mis coordinaciones de último minuto, supuestamente mis papás que usualmente me recogen en el aeropuerto, no sabían a qué hora llegaba mi vuelo. Sólo para confirmar, hice una llamada con el último concho de energía que le quedaba a mi celular y con los dos soles que me quedaban en el bolsillo decidí regresarme en combi, por primera vez en mi vida desde el aeropuerto. Tomé una todo Faucett a china, para no demorarme esperando con mi mochilón en el paradero del aeropuerto. Y en la Marina corrí para tomar otra que pasaba por el Ejército a tres cuadras de mi jato.Otra vez en casa, pelucón, barbudo y con mucho para contar, toqué la puerta: Mamá, ya llegué.

2.Chachapoyas

Como ya había pasado anteriormente, me levanté aquella mañana a las seis, me di una ducha rápida y ya había alistado casi todo la noche anterior, dejé mi llave, me despedí del dueño, revisó mi cuarto y salí. Ya tenía cargadas las pilas de mi cámara nuevamente.
Caminé nuevamente hasta el paradero de mi bus y estaba cerrado. Qué raro, pensé. Aunque todavía era temprano. Me tomé un emoliente con todo, incluso alfalfa, por china (0.50 soles) y pues ese día sería largo y había planeado hacer ayuno. Me habían dicho que el bus se tomaba más o menos 4 horas en llegar a Celendín, de allá a Chachapoyas no tenía más información. Luego de percatarme de que estaba en el paradero equivocado parado como tonto, caminé la cuadra y media que me faltaba y me subí al bus que ya abría sus puertas.
Me acomodé en mi sitio, me puse los audífonos y a leer el libro. Un tipo nos interrumpió para darnos un discurso de superación del vicio y finalmente vendernos caramelos de limón. El camino pintaba gris, comenzó en un momento a llover y yo alegre de estar ya en el bus y no haber usado hasta el momento el poncho plástico. Se acabó el álbum en el Ipod y ya había pasado buen rato de viaje. Me pareció que la flora de aquellos parajes había cambiado significativamente y ya no estaba más en la sierra. Subieron el volumen de la radio, un sermón radial de un padre que hablaba sobre el quinto mandamiento: No matarás. Es increíble que cuando menos estás al tanto de la magnificencia del universo, completamente imbuido en el sinsentido, la realidad, los prejuicios una voz te da una cachetada y te hace escuchar. El tipo hablaba tanto del suicidio, del aborto y la eutanasia y yo lo estaba escuchando ya sin poder leer como la niña mala tenía que partir hacia Cuba porque el estúpido Ricardo no atinó a ser desleal con su amigo gordo que después moría. Las palabras resonaron fuerte en el camino de ceja de selva y yo me transportaba a Vietnam, a otra vida, parecía que no estaba ya más en Perú. El cura de la radio siguió hablando y el tema cambió a la pena de muerte para los violadores, algo que arde actualmente para ser transformado en ley. En determinado momento el tipo comenzó a defender la voluntad homicida del pueblo. El mal por el bien, siempre. Y luego, un cambio de hábito le hizo decir que él estaba en contra, citando la Biblia. Y nuevamente, ante otra cita bíblica hecha por una oyente, volvió a darle la razón a la muerte. Quedé un poco aturdido por el sermón, pero debo decir que la Biblia puede ser tan subjetiva que utilizarla como referencia para salir de una incertidumbre es simplemente facilista y acomodado.
Celendín al fin, nos recibió un inmenso sombrero de paja y muchos carteles de los candidatos a la municipalidad y gobiernos regionales. Llegamos al paradero y bajé para hacer un pequeño reconocimiento. No sabía nada de Celendín y al hacer un par de preguntas, me di cuenta que tenía que salir de inmediato.
Fui a buscar en las cercanías un bus que me llevara a Chachapoyas y me refirieron al monumento. Uuuhh, eso estaba lejos y al tope de la colina. Pensando que se referían al monumento del sombrero. Tomé un mototaxi y creo que me dejó a cuatro cuadras de donde partimos. No era lugar que yo pensaba. Vi una combi parada en la esquina y pregunté. La respuesta no fue muy grata. A Chachapoyas, salen jueves y domingos. Era viernes, maldita sea. No me iba a quedar hasta el domingo en Celendín, debía hacer alguna manera de llegar a Chachapoyas, aunque sea por partes, por pequeños tramos. Me sugirieron tomar un camión a Leymebamba, es más, al poco rato, me señalaron un camión para que trepe. La llevada me iba a salir 5 soles, pero sólo iban a Balzas y eso quedaba a unas tres horas, supuestamente. Era más o menos el mediodía, así que siguiendo las indicaciones y al ver que no había espacio adelante, trepé hacia el contenedor del camión, que olía a animales y guardaba un aspecto húmedo. Dos tripulantes más se subieron al poco tiempo; luego, varias cajas de chelas, mangos, pollos, un carnero, y una banda completa de músicos. Vaya, vaya. Me acomodé como pude encima de mi mochila y a leer. Y a leer. Y a seguir leyendo. Las tres horas se hicieron larguísimas. Ahora recuerdo, otro artículo que leí del blog de Allan y curiosamente, creo que por fin partimos a las 3… y 3 probablemente.
Los miembros de la banda se acomodaron en unas varas que cruzaban el techo del contenedor para soportar un toldo y yo debajo, tenía el temor de que debido a la cantidad de gente, este se desmoronara y me cayera en la cabeza. Felizmente no pasó.
El carnero, que me había hecho la pelea en todo el camino, y yo nos alegramos cuando dijeron que muy pronto cruzaríamos el Marañón, ya estábamos llegando a nuestro destino. El pueblo se llamaba Chocanto, Balzas quedaba más allá. La banda se bajó y muchos de nosotros hicimos lo mismo. Había una fiesta y ya teníamos cierto retraso. La noche cubre ya…
Estuve esperando que el chofer me cobrara, pero estuve feliz de que no lo hiciera. De haber sabido en un principio las condiciones hostiles de este viaje que supuestamente no iba a ser tan largo, quizás me habría tomado el lujo de esperar otro camión. Lo que sí me dijo fue que salía un camión a Leymebamba en ese momento. Todo distraído me quedé cobijado por el calor de una fogata en la que hacían chicharrón y mirando como la banda realizaba su trabajo. Perdí el camión. Cuando el chofer me llevó al lugar donde debía tomarlo, ya se había ido. Me dijo que otro vendría a la 1am. Chingada… y un flashback de Méjico, quién sabe por qué. Otra vez a hacer unas averiguaciones y ante la eminente idea de que ya no pasaría ningún transporte a Leymebamba, me puse a leer. Pensaba que no debería haber despreciado a Celendín, cuando ese pequeño pueblo tenía por lo menos hostales donde alojarse y ahora estaba aquí en una minúscula villa sin albergue alguno. Me quedé practicando el nombre Leymebamba para decírselo al camionero en caso se me hiciera el milagro y este pasara. Me salía Limeybamba, Lembeybamba, pero me tomaba mucho tiempo decir el nombre real. La luz en realidad no propiciaba mucho la lectura. Me puse algo de música y me eché, para ver si así dormía un poco. Ya comenzaba a hacer un poco de frío en esa seudoselva. Las estrellas se notaban con cierta claridad, la luna fue cambiando de lugar y unos estallidos comenzaron: castillos. Luego un toro loco, prendido en fuego salió corriendo por la pequeña placita donde me encontraba apostado y niños tratando de escapar de sus fuegos artificiales. Me quedé allí, recostado, recordando una situación similar en Yauyos, en el departamento de Lima. Que había acontecido no hace tanto. Martín y yo tuvimos que esperar un bus que llegaba a la una de la mañana con cierta incertidumbre, lo bueno era que esta vez no llovió. El cielo estaba despejado.
Casi eran las once, cuando ya después de preguntarle a varios camiones si iban para el pueblo ese, uno por fin me dijo que sí. No pregunté el precio y subí, quizás no me cobraría, después de todo. Otra vez al contenedor. Esta vez no me abrieron la puerta de atrás y tuve que subir por la escalerilla lateral, destapar el toldo y acomodarme como sea con mi mochila a cuestas. Propicia la penumbra que en su sombra esconde…Oscuridad total. Saqué mi celular, lo prendí y lo usé como linterna. Estaba solo y no había nada. El camión estaba más limpio que el anterior y había algo como una alfombra enrollada en el piso. Me busqué un buen rincón, tiré mis cosas y me cuadré. Pensé que iba a ser más fácil dormir esta vez, pero estaba equivocado. Si bien que creo que algo de sueño tuve o por lo menos mis pensamientos con los ojos cerrados se confundieron con sueños, no fue lo que diríamos: un sano descanso. A las pocas horas, una pareja abordó mi espacio privilegiado. Y me alumbró con una linterna, para identificar, especulo yo, si era bulto o persona. Se acomodaron y dejaron destapado el toldo, el viento entraba y si bien ya no era tanta la penumbra, el frío me comenzó a incomodar. Me tuve que poner la otra chaqueta encima palpando bien mi mochila, para que no se cayera nada más. El trayecto estuvo tranquilo, a pesar de la sinuosidad del camino y yo encomendé la lucidez de nuestros conductores a fuerzas superiores. Quizás la única molestia real, fue cuando me percaté que mis acompañantes de vagón se iban en sendas oportunidades al fondo de nuestro habitáculo, (del que yo me encontraba más cerca) para mear(creo que el término cumple su cometido con mayor textura en esta ocasión). Tanto él como ella, se mearon al fondo y yo sólo esperaba que sus chorros úricos no se desplazaran hacia mí. Ya cuando llegamos, me alertaron que era momento de bajar. El chofer me cobró cinco soles, que esta vez sí pagué y me avisó que justo en ese momento una combi salía a Chachapoyas. Serían las 4:30am.
Me acerqué presuroso y aún apesadumbrado por el viaje que se me había hecho tan largo y traté de tomar un sitio cómodo. Me bajaron rápido, pues al parecer había que haberse apuntado con anticipación. Finalmente me concedieron un sitio al fondo, junto a unos españoles que hablaban en catalán o quizás en eusquera, quién sabe. De todas maneras, se oían, más que todo, susurros y risas que se me hacían incomprensibles. El amanecer fue paulatino e interesante. Serían 3 horas más hasta Chacha. Alcancé a tomar unas fotos en el camino. Pensé que quizás habría algo para hacer en Leymebamba, no habían estado por gusto esos españoles ahí. Kuélap en mi mapa mental estaba en el camino, pero estaba más que seguro que habría tures desde Chacha, así que decidí seguir. Esta combi estaba 10 soles.
Llegamos a Chachapoyas (por fin) y el clima no se me hacía muy selvático, por más que esta fuera la capital del departamento de Amazonas. Luego me enteré que era sierra. Ni bien bajé de la combi, conseguí un hotel a pocos pasos a 15 lucas, me bañé y separé mi tour por 30 soles a Kuélap. A las 8:30 ya estaba saliendo, había perdido sólo un día de viaje (sólo, jaja).
Mi turicombi ya estaba casi lista, se demoró en llegar el guía un rato. Mis compañeros lucían bastante internacionales, (unos cuantos peruchos para darle saborcito a la combi). Me chapé el sitio del fondo, a mi costado se sentaron un inglés y su novia chiclayana. En esta combi había además un tío gringo loco con su novia que amenizaba el silencio de la combi con sus risas y sus bromas. También me encontré con una australianita muy simpática, unas alemanas mudas y que se podía interpretar como poco sociables, aunque tampoco ninguno de nosotros intentaba hacerles el habla; unos arequipeños y una chica que se escapó de su trabajo de sondeos para un día de aventura. Separamos plato en el restaurante al que caeríamos de regreso, pedí cecina y seguimos.
Kuélap estuvo impresionante. El gringo subió en caballo. Los otros a pie, llegamos algo cansados. La entrada a las ruinas cuesta 11 soles. Caminamos escuchando la explicación que buenamente nos podía dar Yender, nuestro guía. Y en determinado momento, el cielo lloró. Ya nos había estado avisando con truenos y relámpagos a la distancia. Encontré lo que podía ser un improvisado poncho de plástico en la tierra y me lo puse, para proteger la cámara. Luego todos nos fuimos a un cobertizo y Yender nos contó una historia para hacer tiempo. Ya había aprendido un dicho en Cajamarca que rezaba algo así como: “En cielo serrano, cojera de perro y lágrimas de mujer: no has de creer”. El día había comenzado bastante soleado, pero los dichos muchas veces son ciertos. Al poco rato, la lluvia cesó un poco y seguimos recorriendo. Lo difícil fue la bajada. Si bien ya había parado de llover, el camino de tierra, se había vuelto ahora: camino de lodo. El terreno era muy resbaladizo y empinado. Sin embargo todos llegamos a salvo, incluso los mayores. El camino de ahí hasta el restaurante se me hizo largísimo. No sólo tenía hambre por no haber comido el día anterior, sino una extraña prisa por acabar el recorrido y acostarme. Por quedarme dormido en el trayecto, me di una sonora cabeceada contra el vidrio de la combi en su oscilante descenso.
Al llegar, mi cecina, que quizás fue lo último que trajeron a servir resultó ser charqui, carne seca, o si queremos especificar: un charquipapas. Que igual comí con esmero aunque la carne estuviera tan difícil de masticar.
El dueño, buen anfitrión, nos invitó a degustar un RC que él mismo había preparado. Para quienes no saben a que se refieren las siglas RC, pues explicaré que es un trago macerado a base de raíces, semillas y piel de algunos vegetales que tiene la propiedad, como nos advirtió el señor, de poner a la gente muy cariñosa. RC es una forma de asolapar su nombre real: Rompe Calzón. No fue el trago lo que me hizo sentir cierto cariño por Lisa, quien no tomó la bebida por padecer de epilepsia. Ya con mucho trago y en apagón, el dueño nos deleitó tocando algunas canciones con su guitarra. Mi drama fue, que al responder otra vez a la dichosa pregunta del oficio, algunos me sindicaron como músico oficial del grupo y me pasaron la guitarra. Fue un roche(vergüenza) tremendo no poder recordar la letra de alguna canción para pasar piola ante el pedido del público.
El camino, ya lo pasé casi mudo, sin lectura, pero escuchando el último álbum de Christina Aguilera que tienen una canción que me gusta mucho: Save me from myself.
A Chacha regresamos de noche y bastante cansados. Le había escuchado a Lisa y a las alemanas que irían a Carajía al siguiente día, así que tomé la resolución de sumarme a ese grupo. Mi otra alternativa eran las cataratas de Gocta(supuestamente las 3ras más grandes del mundo), pero se me hacía muy caro, pues la tarifa arrancaba en 70 soles. En este caso, al haber ya un grupo, podría quizás rebajar un poco el costo de mi pasaje. Fue inútil tratar de bajar más el costo, por no esperar al día siguiente cuando la combi estuviera casi llena, pero cabía la posibilidad de perder el cupo, así que caballero, tuve que pagar los 35 soles. Quizás habría sido distinto si negociaba con la operadora directa del tour.
Me fui al hotel, tomé una ducha caliente y otra vez a leer ya a la espera de una nueva aventura.
En la mañana me levanté más temprano para averiguar el lugar donde tendría que tomar la combi a Pedro Ruiz Gallo, donde a su vez saldría mi bus a Moyabamba, en donde ya había proyectado quedarme un día para ver un jardín de orquídeas y la ciudad. Averigüé todo rápidamente y fui a encontrar mi tour. Me saludo alguien para que hiciera cola y me presentó a quienes iban a viajar conmigo, una pareja de suecos que ya estaban esperando subir. Conversé un poco con ellos, me contaron que se venían desde México, pasando por Guatemala y de ahí habían hecho un vuelo creo que hasta Ecuador. Su viaje estaba proyectado a durar unos seis meses. Ya no me sorprendió tanto, pues Lisa, me había platicado que ella comenzó en Panamá, vía USA y que lo suyo se iba para todo un año. El muchacho sueco hablaba muy bien en español y por lo que entendí era de ascendencia uruguaya. Hasta donde supe, pensaban ir a Cajamarca vía Celendín. Traté de darles orientación al respecto para que no cometieran los mismos errores que yo, pero al parecer estaban mucho más al tanto.
Fue llegando más gente, entre ellos nuestro guía trujillano, Rolando. Ya era hora de comenzar el recorrido. A la combi y a conocer a mis nuevos compañeros de tour. Esta vez era un grupo joven. El señor gringo tomó el tour con nosotros, el día anterior escuché que se había desanimado, pues quería hacer la excursión a Gocta. Así que éramos este señor y su novia como de su edad, otra vez las alemanas que esta vez se sentaron adelante, quizás para estar completamente separadas del grupo y Lisa entre mis ya conocidos, luego los chicos suecos, una chica israelita, dos chicos franceses y una chilena que era además enamorada de uno de los franceses.
Salimos nuevamente por donde había yo llegado la primera vez desde Leymebamba, nos fue contando cómo iba lo de las elecciones en Chacha. Al parecer un arqueólogo alemán que ya residía por veinte años en Chacha tenía la preferencia de la gente. El chofer luego nos contó que esa iba a ser su elección.
Nuestro primer destino era el Pueblo de los Muertos. Hicimos una parada previa en una casa que llevaba el curioso emblema de “Bar-Restaurante Campestre” para reservar nuestro almuerzo. Gestioné mi menú por 3 soles. Y luego salimos a pagar entradas a la plaza de un pueblito llamado Luyo. Mientras el guía compraba las entradas, aproveché para comprar una botella de agua. Quería comprar una botella grande, pero nunca encontré a la dueña de la tienda y me regresé con una botellita, además de retrasar al grupo que según el guía, ya quería dejarme.
Llegamos al portal de una cerca y Rolando comentó que en ese momento comenzaba su trabajo y salió de la combi, para abrir la puerta. Luego se trepó detrás y así fue avanzando la combi, con nuestro guía colgado y de vez en cuando descolgándose para abrir y cerrar las muchas puertas que había en el camino. La combi paró. Aquí comenzaba nuestra caminata. Lo primero que vimos fue un par de cataratas. Una muy grande, que ya se había hecho famosa últimamente. La Catarata de Gocta, según el guía y muchos noticieros con poca información, la tercera más grande del mundo. Yo había leído, sin embargo, que esta que tenía un poco más de 700 metros y estaba dividida en un tramo, no se acercaba a la verdadera tercera catarata más grande del mundo que además se encontraba también en Perú. Esta catarata lleva por nombre las tres hermanas y mide más de 900 metros, es decir la diferencia con el Salto El Ángel de Venezuela es muy poca., pero al parecer se encuentra en una zona de muy difícil acceso en Ayacucho.
En fin, la bajada no fue tan ardua aunque sí larga y llegamos al pueblo de los muertos: una cornisa trabajada al borde de un acantilado en donde encontramos algunos sarcófagos de quincha con rostro, huesos, unos compartimentos que parecían haber servido como cocinas y con algunas inscripciones en bajo relieve y pinturas rupestres. Muy interesante y la vista, muy impresionante.
Regresar al punto de partida no fue tan sencillo. La botellita de agua se me acabó muy rápidamente y teniendo en cuenta que aunque la mayoría éramos jóvenes, el gringo loco ya no estaba tan joven y pero aún, no disfrutaba mucho de caminar. En el camino de subida hice algo de conversa con la chica chilena que más bien tenía un acento casi español y me contó que su viaje duraría casi medio año y para lo cual habían tenido que renunciar. Yo me quedé con el pensamiento de que si renunciaba y pedía visa para recorrer Europa, simplemente no me la daban.
Al llegar arriba nos tiramos al pasto bajo una palapa para extender la conversación con los otros miembros del grupo. Thomas, uno de los franceses, que era medio argentino se enfrascaba en una conversación política en francés con el novio de Jessica a la que no pude evitar entrometerme, aunque en español. En resumen, era increíble que García quien nos había cagado el país, hubiera sido reelegido. Nada nuevo. Ensayé un intento de excusa.
Llegó nuestro último secuaz gringo y emprendimos el retorno para almorzar. Otra vez el guía colgado a la combi para cerrar y abrir puertas.
Esta vez y para buena fortuna a nuestra anfitriona del restaurante se le ocurrió reunirnos a todos en una sola mesa. Muchos vegetarianos en el grupo…
Debo haber sido el último en recibir su plato, para variar. Pero fui el que comió más: aguadito, pollo frito con frijoles y un emoliente. Y listo para lo que venga…
Trepamos para nuestro siguiente destino unos sarcófagos en Carajía. Esta vez no hubo necesidad de abrir puertas, pero parecía ser que los turistas no eran usuales en la zona o la fecha coincidía con alguna actividad local, pues las personas nos miraban pasar extrañadas. Tuvimos que buscar a la persona encargada del camino de entrada para pagarle el derecho de admisión. Y a andar. Me fui conversando esta vez con una niña llamada Carmen, que muy entretenida se animó a acompañarnos. Debía conseguir caballo para Bill o Paul, no recuerdo bien el nombre del gringo vaquero, pero se demoraron tanto en llegar que no fue necesario para la bajada. Los sarcófagos tenían mucho más detalle que los anteriores, guardaban cierta similitud con las estatuas de la Isla de Pascua. El paisaje también era impresionante y aunque quedaban pocos sarcófagos, supimos que no era el único lugar donde se habían encontrado. Por el tamaño de los huesos que se encontraron se dedujo que los Chachas deben haber sido muy altos, superando el metro ochenta y según referencias e los cronistas, eran gente de piel y cabellos claros.
Esta vez no fue tan cansada la subida, pero igual. Carmen había molestado a Jessica, la chilena, durante todo el camino de subida, diciéndole que cambiara a Frederick, su novio, por Thomas en un castellano apenas comprensible y luego empezó a buscarme pareja y Lisa fue su elección. Aunque la verdad no pudo elegirme mejor compañera, le volteé la tortilla diciendo que la que me gustaba era ella. Ya dejó de molestar.
Descansamos un poco mientras esperábamos que el resto llegue y apareció un niño llamado Josbert. Intrigado un poco por los nombres de la zona, le pregunté a Carmencita y me respondió que sacaban esos nombres el libro de registro de turistas, jajaja. Al completarse el grupo, fuimos a un pequeño museo donde tenían algunas vasijas y sarcófagos rotos encontrados y partimos de regreso.
El día había estado muy lindo y soleado para nuestro recorrido, pero ya rumbo a Chachapoyas observamos nubes negras, un arcoiris a lo lejos y más tarde comenzaron los truenos, la lluvia y aparecieron algunos relámpagos, un poco más allá, ya podíamos ver rayos. Se hizo de noche y conforme nos fuimos aproximando a la ciudad, los relámpagos parecían resplandecer justo sobre nuestra combi de una manera muy intensa. Yo en éxtasis con el espectáculo natural hasta que llegamos y -¡vaya fortuna!- la lluvia comenzó a menguar. Me despedí de algunos, traté de ponerme inútilmente de acuerdo con Lisa sobre el camino a Tarapoto y le di mis datos a Jessica, para que me contactara de pasar por Lima.
Ese día llegué al hostal, compré un botellón de gaseosa y me di un duchazo, había decidido mirar los rayos, pero al acabar mi ducha, me desanimé y al poco rato paró la lluvia. Me puse a leer y ya quedaban pocas páginas. Me decidí a acabar el libro de una buena vez, pero hubo apagón. Yo traté de dormir y me quedé pensando en todo lo que hasta ese momento me había pasado, estaba contento. A la hora llegó la luz y si había estado a punto de dormir, pues me desperté. En realidad no tenía tanto sueño, a pesar de que estaba cansado así que esta vez sí retomé el libro hasta acabarlo. Adiós, niña mala.

1. Cajamarca

Comienzo a dar algunos datos. El bus a Cajamarca en semicama de Cruz del Sur estaba 85 soles, yo creo que bien pagados, pero siempre se puede encontrar transporte por menos dinero. Me dejaron en su estación y luego de mirar bien mi mapa, salí a caminar. No pregunté por mi pasaje de regreso.
Así pasaron las cuadras y el sol se comenzó a poner más fuerte. Preguntando se llega a cualquier parte dijo alguien por ahí. Y en unos minutos más, ya estaba en la plaza de armas, averiguando tours. El city tour como siempre sólo sirve para averiguar qué es lo que se visita y después uno lo hace por su cuenta. Y eso fue más o menos lo que pasó, luego de dar vueltas y vueltas buscando hospedaje económico, llegué a un hostal más o menos de confianza, pero cuya puerta principal estaba cerrada. Entre por la vuelta, me dijo alguien. y me metí al hostal. La habitación estaba a 15 soles, había encontrado otro a 10, pero este se veía mucho mejor. OK, pero sin agua caliente, con agua caliente 5 soles más. A bañarse con agua fría.
Regresé a pedir un tur para la tarde y a negociar el costo del tur. Estos oscilan entre 20 y 25 soles, pero conversando se puede convenir en 18 y 22 soles, que fue lo que pagué. Cualquier rebaja es ya algo.
A caminar y caminar, a la colina de Santa Apolonia, a la silla del Inca, a resguardarse un poco de la lluvia que amenazaba, a seguir leyendo hasta las 3:30 que empezaba el tur y continuar el día. Mi primer tur fue a Collpa y fue de corta duración, este es de los que cuestan 18. La chica me dejó esperando un rato y después me acompaño bajo la lluvia a subir a una combi que ya llevaba a algunos pasajeros, a media cuadra subieron otros, el guía se presentó y comenzamos. Mi combi iba cargada principalmente de jóvenes mayores de 30, principalmente, y un trío de señores de mayor edad. Yo, muy callado, miraba con atención por dónde me llevaban. Recorrimos una hacienda con cierta historia, vimos como llamaban a las vacas por su nombre y luego nos invitaron un poco de manjar blanco, lo que en otros países llaman dulce de leche, arequipe o cajeta. El de Cajamarca es uno de los que más me gusta, sino el que más. Pero sólo compré una chocoteja como quien rompe la dieta y seguí.
Al verme tan callado, uno de los tripulantes me comenzó a hacer el habla. Vengo de Lima, recién he llegado hoy. ¿A qué me dedico? Hmm… soy músico. Y en ese momento me volví músico, jajaja. Fuimos a ver unas cataratas y de ahí a los baños del inca, jajaa. Muy divertido. Unos niños antes de llegar a la entrada a las cataratas jugaban pataditas con lo que parecía ser tejido orgánico, sí efectivamente, ese tal “copocho” le había pertenecido a un animal antes, para ser exactos era la vejiga de un cerdo, que estos niños habían inflado a manera de pelota. Se me vino a la cabeza el término “bladder”, que usamos para describir el interior de las pelotas y que en inglés significa precisamente: vejiga, y lo asocié por alguna extraña razón al rugby o al fútbol americano.
En el camino escuchaba la conversación de una chica que al igual que yo viajaba sola y era como de mi edad(creo) y que si mal no recuerdo se llamaba Patty, con un señor ya mayorcito que me comentó venía de Chachapoyas vía Celendín, ambos destinos se me proyectaron en un mapa imaginario. Ya vislumbraba con poca certidumbre mi próxima parada. A las cataratas llegamos a paso de tortuga, debido a la espera de nuestros compañeros más veteranos. Los otros iban por encima de los treinta, otros ya muy cerca de esas edad. No me atrevo a decir que era el más joven.
El chico que me había hecho el habla, me convidó un pan de la zona, muy bueno. Me contó que habían estado el día anterior en una corrida de toros. Me cayó bien esta pareja, sin embargo, pues fueron de puro curiosos y al parecer estaban en la hinchada del toro. Ahora después de leer la columna de Allan, parece que por fin mi cuento de toros va a tener un final acertado, quién sabe.
Por el retraso en nuestra caminata, llegamos a los baños del inca, de noche. No nos bañamos, aunque debo decir que casi compro una toalla y un bañador para tal cometido. No era parte de los planes del guía, sin embargo. Había unas ruinas dentro y tomé algunas fotos de las pozas en fondo nocturno. Llegamos a la ciudad muy tarde. Qué les vaya muy bien compañeros, en el resto de su viaje.
Esa noche, la primera en mi pichiruchi hotel de ducha fría(por no querer pagar cinco soles más), ya había planificado la manera más segura de piratear corriente sin que lo notara nadie, pero me pareció mucho trabajo para dos días que iba a hospedarme ahí. Caballero, aguas más frías he soportado. A leer y a dormir. La cama se hundía por su colchón sin esqueleto y al estar forrada de un plástico antimeones, rechinaba un poco, como alguna cama vecina, pero razones distintas. En algún momento y en la posición exacta, sucumbí a mi propio letargo. De súbito, quizás serían las 4 de la mañana unos gritos espantosos, el sonido de un cristal roto, llamadas, sirenas me alertaron y perdí un poco la calma y el sueño en definitiva. Tomó buen rato en parar el jaleo. ¿Un asesinato, violencia familiar, qué habría pasado?
A la mañana habíame decidido a cambiar de hospedaje por el escándalo madrugador. Salí primero a comprar mi pasaje a Celendín para la mañana siguiente. Era inútil, todo seguía copado, finalmente, al llegar a mi hospedaje para(ni modo) pedir otra noche me di cuenta que la puerta del costado, era otro hospedaje: el hospedaje al que me habían hecho doblar en primer lugar, pero se habían confundido de cantidad de puertas al dar la indicación. El precio era similar y se iba a desocupar una habitación. Mientras esperaba para que me mostraran la habitación pude escuchar la cháchara de unas doñas que se excusaban y lamentaban el hecho de tener una puerta de vidrio que al parecer una chica había roto, al entrar muy tarde y a oscuras, sacándose –sin abstenerse de decirlo- la entreputa. Comprendí que ese y no el mío, era el hostal de los gritos. Fui a ver la habitación y la verdad que mi cama blandengue del otro hostal todavía le guardaba cierta ventaja a esta. Ni hablar, pagué esta vez con mucha voluntad, mi segunda noche en el Hostal Neo Style. Una ducha, para refrescar la caminata aún reciente. Y a buscar el siguiente paseo. Nos vamos pa’ Cumbemayo. Ah, pero antes una vueltita por el minúsculo cuarto del rescate. Ah, ¿eso era? En fin…
Nos vamos pa’ Cumbemayo y la gentita se había repetido, ya no estaban los chicos con quiene había conversado el día anterior, pero estaba otra pareja del día anterior y también Paola, creo que ese era su nombre. Y además un chileno que osó hablar de pisco chileno y ‘a texan gringo’ que afanaba a Pamela, si es que esta vez no me equivoco de nombre. Cumbemayo fue un espectáculo: el sol radiante, los paisajes preciosos, petroglifos, naturaleza, la gente de la zona. Tuvimos que cruzar una grieta a manera de túnel para comenzar nuestro camino hacia el acueducto preinca de evidente técnología maestra que habían preparado en esa zona, nuestros ancestros, nuestros viejos sabios. Se hace tarde es hora de regresar al compás de unos carnavales.
¿Y a dónde comer?. Esa fue una tarea difícil aquella tarde, como tratar de ver los museos que incluía el ticket al cuarto del rescate al que había ido en la mañana. Llegué a comer unos frijoles con milanesa, finalmente y bueno los museos… llegué a la entrada. En uno nunca me abrieron, en el otro iba a ver un evento y habían tapado lo que estaba en exposición. Vi una iglesia bonita y con eso me tuve que conformar.
Último tour en Caxa y ¿quién será mi grupo? Esta vez si me mandaron al asilo. Era la combi de la edad dorada, la mayoría pasaría los setenta años. Iba a ser un paseo largo, esta vez a Otuzco, unos cementerios tipo nichos que se veían como una ventanitas donde al parecer dejaban sólo los huesos principales de un entierro anterior. En el camino un señor me comenzó a hacer la conversa y salió nuevamente lo del oficio y no sé para qué preguntan esto, pero a él sí le dije que era dentista. El por su parte me contó que había viajado todo el Perú y me recomendó una ruta alterna para llegar a Chachapoyas, que ya no podría seguir pues el pasaje lo tenía comprado. Después de conocer un lindo jardín botánico de hortensias, amapolas y otras flores poco comunes, nos invitaron un poco de chica de jora que un poco más y le pido la jarra a la señora y me l terminaba chupando toda porque estaba muy rica. Bajé a tomarle fotos a la famosa amapola, por cuya denuncia de tráfico daban muy buena recompensa en esa zona del país y en seguida a probar unas humitas saladas con queso que preparaban en la entrada, con un ajicito verde espectacular que me sirvió para esperar a que bajaran los viejitos.
Lo último que fuimos a visitar ese día fue un fundo lechero de tradición suiza que ya estaba cerrando también, por nuestras múltiples demoras. Nos explicaron cómo hacían manjar blanco, mantequilla y queso y nos llevaron a las bodegas para ver los quesos más grandes, que tenían mayor tiempo y que costaban un huevo de plata. Luego pasamos a la tienda a hacer una degustación y me encamoté con un queso Dambo con orégano que estaba buenísimo, pregunté si me duraría más de una semana que era lo que calculaba me quedaría de viaje y me llevé una porción, pues estaba un poco caro para mi presupuesto mochilero. El trayecto terminó como siempre en la plaza de armas de Cajamarca y me despide del señor deseándole buen viaje y el se despidió de mí llamándome “Doctor”. La palabra me sonó muy rara fuera del consultorio y con este aspecto destartalado de viajero inexperto, con chullo y barba. A caminar y probar un heladito de uva y café que me habían recomendado, muy bueno.
La noche no la pasé tan mal, me mudé de cama (habían dos en el cuarto), me bañé con agua fría, avancé mucho más con lo de mi libro y a pesar de que no dormí de corrido, mi sueño fue mucho más placentero que la noche anterior.

Viaje Relámpago

Y es que ya un poco cansado de estar llamando cada dos o tres días a la Embajada de Holanda para saber si me daban o no me daban la dichosa visa schengen que los españoles muy ruinmente y sin ninguna justificación me habían negado, decidí que no podía dejar pasar más tiempo y tenía que hacer uso de mis tan merecidas vacaciones.
Fue así que luego de haberse pasado oficialmente la fecha para la cual había estado hecha mi segunda reserva aérea, esta vez rumbo a Holanda, avisé al trabajo que ya no vendría hasta el 6 de noviembre. Esto fue un jueves 19 de octubre. El viernes me acerqué a la embajada de España, pues un contacto me diría la razón de la denegación que era lo que hacía demorar tanto la respuesta de Holanda. Conversé con mi contacto español y al parecer ellos tampoco sabían de una razón oficial para la denegación. Me dijeron que iban a averiguar y luego me informarían. Podía hacer una carta simple para hacer esta solicitud. Les dije que yo no necesitaba esa información, pero que procuraran enviarla a la embajada de Holanda, pues ellos habían estado mandando correos electrónicos que no habían sido respondidos hasta la fecha. Al poco tiempo, se me informó extraoficialmente que la razón de la denegación había sido mi juventud, el hecho de que fuera profesional y mi solitario estado civil. Razones que, por supuesto, no se me había informado que serian impedimento, de lo contrario no habría ni siquiera empezado el trámite.
Así el lunes no fui al trabajo y el martes después de llamar por última vez al consulado holandés e informarles los detalles de la llamada recibida, tomé la iniciativa de partir. Si bien mi destino alternativo había sido Colombia, el hecho de querer dejar que el trámite siga su curso me dejó sin pasaporte, cosa que no me impedía hacer un viaje al interior, por el contrario, me alentaba a hacerlo.
Ya hace algún tiempo que Cajamarca se había vuelto un destino a visitar dentro de mi lista. Miré bien el mapa del país, algunas rutas posibles. Metí algunas cosas en la mochila, un poco de información sacada de la red y un "mamá, me acompañas a la Terminal de ómnibus". Llegamos. Compré mi pasaje. Salía a las 7pm. "¿Hoy te vas hijito?" Sí, dentro de un par de horas. Al regreso a la casa, compré un libro en un semáforo para llevar al viaje: "Travesuras de la Niña Mala", edición pirata a 11 soles. Y llegamos.
Alisté mi cámara, cargador, mi canguro, plata, otras ropas más a la mochila, pasta de dientes, cepillo, un peine por si acaso, mi música y listo.
En el camino se me fueron ocurriendo algunas ideas y ya proyectaba conocer algo más que sólo Cajamarca. ¿Qué sabía de Cajamarca? Que ahí capturaron a Atahualpa mientras se bañaba todo orondo, mismo yakuza. Y era eso lo que esperaba ver: la ciudad, los baños del Inca y el cuarto del rescate. Chau mamá.
Ah, mi buen libro, algo familiar al comienzo y era que las primeras páginas ya las había leído en una librería y seguí leyendo. El servicio en el bus, estuvo bueno. Nos dieron una pequeña cena y como me había propuesto bajar de peso, al día siguiente haría ayuno. Un par de películas y un bingo por el pasaje de retorno distrajeron un poco. El resto seguí con el libro y traté de dormir un poco, pero no se me hacía fácil, en fin, algo había descansado.